web creation software







Relegados a vivir entre basura

A tan solo ocho kilómetros del centro de Cluj-Napoca, 1.500 personas tratan de sobrevivir en el vertedero de Pata-Rât. El 80 % son romaníes

Una casa de Dallas, la comunidad con mejores condiciones de vida del vertedero de Pata-Rât |Clara Barniol

Podría haber sido una noche como cualquier otra. Desde la oscuridad, el cielo arrojaba copos de nieve con gran delicadeza. Todo estaba en armonía, ni en lo más remoto de las Tinieblas podían imaginar lo que estaba a punto de suceder. Era la madrugada del 17 de diciembre de 2010, faltaban ocho días para Navidad. Poco antes de las seis de la mañana, las excavadoras comenzaron a desplegarse. La suerte estaba echada, y los vecinos de la calle Coastei ya habían perdido. 

La policía desaloja a los vecinos de Coastei antes de las demoliciones |Caius Rațiu


Derribo de las casas el 17 de diciembre de 2010
|Vocea Clujului

Puerta a puerta, la policía iba arrancando a la gente de sus hogares. Comenzaba a salir el sol cuando consiguieron reunir a todos los habitantes en la calle. Les dieron dos horas para desmantelar sus viviendas. El "tic-tac" no dejaba de resonar en su interior, pero no podían dejarse invadir por el desconcierto, la tristeza o la ira. Necesitaban concentrar sus fuerzas en salvar lo máximo posible. 

Durante esos eternos 120 minutos, la Strada (calle en rumano) Coastei presenció más caos que nunca. Lavadoras, sofás, muebles, televisiones y bolsas de basura llenas de ropa son algunos de los muchos elementos que se compilaban en distintas camionetas. Mientras tanto, la inocencia de los más pequeños les llevaba a merodear por los alrededores tratando de no estorbar a sus ajetreados padres. 

Clara Barniol es una periodista catalana. Actualmente trabaja en Servei Civil Internacional de Catalunya (SCI) como encargada de voluntariado internacional y de apoyo a los grupos de activismo local de SCI. Su relación con Rumanía comenzó en 2018, año en el que disfrutó de una experiencia Erasmus en la ciudad de Cluj-Napoca. Durante su estancia visitó en diversas ocasiones el vertedero de Pata-Rât. Allí fue precisamente donde conoció a Alexandru Fechete -conocido como Pepe-, una de las víctimas del desahucio de Coastei. Sus inquietudes periodísticas y su afán por las causas sociales, la llevaron a realizar una investigación al respecto, que culminó con la publicación del reportaje "Pata-Rât, l’abocador de la dignitat romaní", cuya traducción se corresponde con "Pata-Rât, el vertedero de la dignidad romaní". La periodista insiste, diez años después, en que lo que sucedió ese 17 de diciembre es "muy vergonzoso".


En 2018, "un 42 % de las personas que vivían en Pata-Rât habían sido expulsadas de la ciudad de Cluj-Napoca"

Un mes antes de que se desatara la tormenta, el Ayuntamiento de Cluj-Napoca, propietario del terreno donde habitaban las 76 familias desahuciadas, decidió realizar cambios en el contrato. Querían que allí se construyera la Facultad de Teología Ortodoxa, pero antes necesitaban despejar el aquella superficie. Por suerte para ellos, los habitantes de Coastei no suponían un gran obstáculo. El fuerte y asentado antigitanismo en Rumanía, las constantes quejas de los vecinos y la invisibilización que sufre el estigmatizado colectivo romaní hacían que para el consistorio los hogares de Coastei no fueran más que un peón ante la reina. 

"Algunas de estas personas no tenían un contrato de alquiler con el ayuntamiento, pero hay otras que sí. Un mes antes cambiaron el contrato alegando que tenían que construir la Facultad de Teología, que hacían mucho ruido y que no eran bienvenidos en aquel barrio", explica Barniol. La periodista incide en que desde el consistorio les ofrecieron casas sociales ubicadas en Pata-Rât. "Todo el mundo, desesperado, realizó el papeleo pertinente". Se acabó el tiempo y los pocos representantes del ayuntamiento que se hallaban durante el desahucio pidieron que los vecinos formasen una fila. Se disponían a nombrar a aquellos que recibirían una vivienda. Finalmente, solo se asignaron 40 casas, dejando a 36 en la calle en pleno mes de invierno.

Florin Stancu es uno de los habitantes desalojados en 2010. En el documental Pata-Cluj, expresa su indignación sobre lo ocurrido aquella madrugada: "Los niños salieron con las narices mocosas. Todo el mundo estaba empaquetando sus pertenencias. Hay quien pudo acabar de recogerlo todo, pero la gran mayoría no logramos terminar. Pero, sin duda, lo más horrible fue que no sabíamos quién conseguiría casa y quién no. Había 40 módulos disponibles y éramos 76 familias. Todos necesitábamos un lugar a donde ir". "Les dijeron que podían irse a Pata-Rât a vivir también, pero no tenían casa, no tenían contrato de alquiler, eran ilegales", apostilla Clara Barniol. 

Mapa aéreo de la Strada Coastei -actualmente llamada Episcop Nicolae Ivan-. A la izquierda, la imagen de 2009 muestra cómo era la zona antes de los desalojos. La de la derecha es de 2011, y en ella se puede observar el terreno vacío tras los derrumbamientos.

Era la madrugada más fría que jamás se había vivido en Coastei, y no precisamente por las bajas temperaturas. La vida estaba a punto de dar un giro de 360 grados para aquellos vecinos que acababan de ver cómo una excavadora aniquilaba sus sueños en pocos minutos. 

En Rumanía existe una ley que bloquea los desahucios en los meses más fríos. Sin embargo, ni siquiera la nieve pudo evitar que el Ayuntamiento de Cluj derribase 76 hogares en pleno diciembre. Pepe, uno de los vecinos expulsados, denuncia que "la ley prohíbe desalojar en invierno, incluso aunque se ofrezcan buenas casas sociales. Está totalmente prohibido desahuciar en periodo de invierno, hasta marzo no se puede, pero está claro que a ellos no les importó la ley. En nuestra comunidad, de 76 familias solo 40 recibieron casa, si es que se le puede llamar así... A las otras 36 nos dejaron sin techo". 

No tuvieron tiempo ni para intentar asimilar su nueva realidad. En un abrir y cerrar de ojos, los habitantes de Coastei ya estaban camino a Pata-Rât. Allí, supuestamente tenían esperando cuarenta casas sociales con parqué, calefacción, cocina y baño. Pero la realidad era bien distinta. "Quienes habían recibido casa, acogieron al resto y durante los meses fríos vivimos todos juntos. Fue horrible, porque eran módulos de 16 metros cuadrados sin agua ni electricidad. Yo tuve que compartirlo con otras 11 personas. No había muebles ni había nada, solo algunos colchones para poder dormir en el suelo. Además, los baños eran comunes, se compartían con más de 40 personas", manifiesta Pepe con gran tristeza.


El mayor gueto de Europa
surgido en torno a un vertedero




Imagen de Pata-Rât |George Popescu

"El gueto relacionado con los desechos más grande de Europa se encuentra en Cluj-Napoca, una de las ciudades más importantes de Rumania. Alrededor de 1.500 personas, en su mayoría romaníes, viven en cuatro asentamientos informales diferentes alrededor del vertedero de Pata-Rât, situado a 7 kilómetros del centro de la ciudad. Muchos de ellos viven en refugios improvisados, hechos con materiales que pueden encontrar en el vertedero, como cartón, plástico o madera podrida. La mayoría de la gente de Pata-Rât vive en la pobreza extrema. Algunos de ellos no tienen acceso a servicios públicos, ni siquiera a la electricidad"

Atlas de Justicia Ambiental (Ejatlas)

Las más de 1.500 personas que malviven en Pata-Rât se organizan por comunidades. Concretamente, el vertedero cuenta con cuatro asentamientos informales:

  1. DALLAS es el más antiguo, sus habitantes suelen ser familias pobres de etnia gitana que llegaron en los años sesenta para trabajar recolectando materiales reciclables del área industrial y del vertedero.
  2. La comunidad de CANTONOLUI se estableció en 1998, fruto de los desahucios que el ayuntamiento de Cluj llevó a cabo a lo largo de ese año. Supuestamente, su reubicación en Pata-Rât era temporal. 22 años después, continúan en el mismo lugar.
  3. Algo parecido sucede con los vecinos de COASTEI. En diciembre se cumplen diez años de la demolición de sus hogares. Sin embargo, la situación no ha mejorado para ellos. Las familias desahuciadas continúan malviviendo en habitaciones de 16 metros cuadrados que, en algunos casos, albergan hasta a 12 personas. La gran mayoría de casas no cuentan con instalaciones sanitarias o de cocinas adecuadas. Cada cuatro hogares comparten una toma de agua que solo proporciona agua fría y aquellos que no recibieron módulo tuvieron que construir sus casas con materiales improvisados.
  4. Aunque, sin duda, quienes se llevan la peor parte son los integrantes de RAMPA. Son los más pobres y discriminados de Pata-Rât. Construyen sus casas con materiales del vertedero (cartón, plástico o madera podrida) y viven literalmente encima de las montañas de basura. Prácticamente todos son analfabetos. 
Mobirise

Basura apilada en el vertedero. En la parte de abajo, se observa unos cuantos cerdos
rebuscando entre los despojos |George Popescu 

Hace diez años, la vida dio un giro de 360 grados para los vecinos y vecinas de Coastei. Tras la demolición de sus hogares y su expulsión de la ciudad, a las 76 familias desahuciadas no les quedó otra que aceptar su “reubicación” en Pata-Rât. Sin embargo, no tenían ni idea de lo que allí les esperaba. Alexandru Fechete (también conocido como Pepe), activista y ex habitante del mayor gueto de Europa en torno a un vertedero, asegura que ni tan siquiera sabían que había gente habitando en este lugar: “Fue una gran sorpresa descubrir que allí vivían personas en condiciones tan indignas y en pobreza extrema. Para nosotros, fue horrible llegar y ver a toda esa gente junto a las enormes pilas de basura. Aquello nos pareció de otro mundo”. Los habitantes de Coastei no recibieron ningún tipo de ayuda de la administración pública tras su expulsión, más allá de los cuarenta módulos ubicados en el vertedero. “Nos mintieron en todo. En ningún momento nos dijeron cómo iban a ser las casas o las condiciones en las que tendríamos que vivir. Nos consideran ciudadanos de segunda y creen que no merecemos ni siquiera el derecho de hablar con ellos”, explica el activista por los derechos romaníes. 

Las condiciones de vida en Pata-Rât son indignas para todos y cada uno de sus habitantes. Sin embargo, dentro de este malestar, hay personas que se encuentran en una situación verdaderamente vulnerable. Es el caso de la comunidad de Rampa, donde las personas viven de forma infrahumana. Este asentamiento es el más pequeño, en 2018 tan solo se componía de 13 familias. Los supervivientes de Rampa habitan en chabolas construidas encima de las pilas de basura. Sus “casas” -si es que se les puede llamar así- están construidas tan mal y con materiales tan endebles que cuando hay tormenta, llueve dentro. 

El Atlas de Justicia Ambiental (Ejatlas) califica Pata-Rât como “el mayor gueto de Europa surgido en torno a un vertedero” y denuncia una situación de violencia estructural y racismo ambiental. El término “racismo ambiental” se utiliza para describir la injusticia medioambiental en un contexto racializado. Hace referencia a cómo comunidades pertenecientes a minorías étnicas están sometidas a una exposición a contaminantes desproporcionada; o cómo se les deniega el acceso a ciertos recursos naturales como aire limpio o agua potable. Lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Es realmente Pata-Rât un caso de racismo ambiental? El Ejatlas explica que “las fugas del vertedero contaminan el suelo y las aguas subterráneas. Los habitantes a menudo sufren de infecciones de oído, ojos y piel, asma o bronquitis, presión arterial alta, problemas cardíacos y estomacales debido a sustancias que supuran y humo nocivo cuando se queman los desechos. Las oportunidades de trabajo son limitadas, aparte de las que se encuentran en el basurero. La mayoría de los niños no asisten regularmente a la escuela. Si bien los problemas sociales, económicos y ambientales en torno a Pata Rât son complejos, una cosa está clara: la situación es el resultado de una violencia estructural de larga data, incluido el racismo ambiental, contra las comunidades romaníes afectadas”. 










RESPIRAR UN AIRE 300 VECES
MÁS TÓXICO DE LO COMÚN

Una de las "calles" alrededor de la que se han ido construyendo las diferentes viviendas en el vertedero |Clara Barniol

La calle Coastei ya no existe. No conformes con haber desterrado a sus habitantes, decidieron borrar las huellas para no dejar constancia de la injusticia cometida. Esta calle, ubicada en el barrio de Mărăști, actualmente se llama Strada Episcop Nicolae Ivan, en honor al primer obispo de la diócesis de Vad, Feleac y Cluj (una sede episcopal de la Iglesia Ortodoxa Rumana). No se trata de un nombre aleatorio. En el hueco donde antes se encontraban los hogares de la comunidad romaní, actualmente se halla la Facultad de Teología Ortodoxa con su correspondiente residencia universitaria. Para que esto sucediera, 76 familias fueron expulsadas de la ciudad en 2010, y el coste humano de este destierro ha sido incalculable. “En Coastei tenía mejores condiciones de vida. Tenía agua corriente y electricidad, pero no solo eso, sino que estábamos cerca de todo, del médico, la escuela, los parques... En cambio, cuando nos trasladaron aquí, tan lejos, nos lo quitaron todo. Desde las cosas más básicas hasta nuestra humanidad. A partir de ese momento nunca más nos hemos vuelto a sentir como humanos. Nos sentimos como basura”, afirma Pepe con gran angustia.

Carolina Sánchez es una madrileña de 25 años que ha trabajado como voluntaria en Pata-Rât. La joven afirma que la situación en el vertedero es desesperante: “No creo que ningún ser humano deba vivir en tales condiciones y me parece increíble que en un estado de la Unión Europea se violen los Derechos Humanos de tal forma. Estamos hablando de un lugar en el que no existe ningún tipo de infraestructuras básicas de agua ni saneamiento, en el que las personas viven en condiciones de pobreza extrema. No tienen acceso a la educación ni a un trabajo digno, sufren carencias nutricionales, problemas de salud y enfermedades pulmonares por estar respirando el humo de quemar la basura todo el día”. Sánchez sabe de lo que habla: durante los siete meses de su voluntariado, observó con impotencia el drama diario que viven centenares de familias. Los problemas de salud entre los supervivientes de Pata-Rât están a la orden del día. Sin ir más lejos, Pepe ha tenido que lidiar con ellos. Su hijo estuvo muy enfermo. Lo visitaron tres doctores distintos y ninguno de ellos lograba entender qué era lo que sucedía. Al final, descubrieron que se trataba de alergia al medioambiente del vertedero. 


“En Pata-Rât se vive muy mal, el aire es súper tóxico. Un ambientólogo que visitó el lugar dijo que ese aire es 300 veces más tóxico que el normal. Solo al bajar del coche ya se nota. Vivir allí es poco saludable y muy limitado, porque las familias solo pueden trabajar en la selección de basura para las empresas que regentan el vertedero”, denuncia la periodista Clara Barniol. La mayor parte de los habitantes del mayor gueto de Europa en torno a un vertedero trabajan en la clasificación de basura. En el documental titulado “Pata-Cluj”, el activista Adorian Dohotaru afirma que estas personas llevan décadas realizando la recolección selectiva de basura a nivel de toda la ciudad de manera informal y manifiesta que “es muy importante integrar esta fuerza laboral de manera legal y formal para que estos trabajadores y trabajadoras puedan beneficiarse de pensiones de jubilación, seguro de salud, vacaciones pagadas y el agradecimiento por su gran contribución a la economía rumana”. 

El racismo estructural contra la ciudadanía de etnia gitana en Rumanía provoca su marginación laboral. Por este motivo, la gran mayoría de ciudadanos romaníes no ven otra opción más allá de trabajar en vertederos o realizar labores marginales. “El antiguo alcalde de Cluj dijo en la televisión que nos mandaron a Pata-Rât porque era donde debíamos vivir, que si trabajábamos con basura, ese era nuestro lugar para vivir”, evidencia Pepe con gran enfado. El ex habitante del vertedero comenta que ya resultaba muy difícil encontrar un trabajo estable y decente antes de vivir en el gueto “porque la gente continuaba considerando a los gitanos como criminales”. Sin embargo, la situación empeoró mucho más al vivir en este suburbio. “Vives en Pata-Rât, la gente no quiere saber nada de ti. Saben que eres sucio, que vives en la basura y nadie quiere contratarte”, explica. Este fue el motivo principal por el que los ciudadanos que malviven en este lugar, exigieron que se le pusiera un nombre a la calle que lleva a Pata-Rât. Actualmente, se llama Strada Platanilor. Un cambio tan diminuto ha provocado que ya no se repudie a estas personas por el lugar en el que se han visto obligadas a habitar. “Fue una estrategia para poder optar a trabajos decentes y no sentirnos nunca más avergonzados al enseñar nuestro carnet de identidad o decir el lugar en el que vivíamos”, dice el activista. 











EL CÍRCULO VICIOSO QUE LOS
ANULA COMO SERES HUMANOS

Un niño monta a monopatín en una de las "calles" de Pata-Rât |George Popescu

Sin acceso a la educación es complicado optar a un puesto trabajo digno. Esto provoca que la persona no disponga de suficientes ingresos, por lo que tener una casa decente se convierte en toda una odisea. Sin un lugar de residencia legal, en Rumanía no puedes tener carnet de identidad y sin identificación no tienes acceso a la sanidad. Este es el círculo vicioso en el que se ven inmersos los habitantes de Pata-Rât. Es la realidad que viven los adultos y el destino que les espera a los niños y niñas.

Dos años después del desahucio de Coastei, en 2012, el vecindario comenzó a organizarse y creó una asociación romaní. Querían comenzar a luchar por sus derechos y visibilizar su situación. Hicieron varias propuestas y contaron con el apoyo de diversas organizaciones como Amnistía Internacional o el Centro Europeo de Derechos de los Romaníes (ERRC). “La gente de Coastei se organizó y creó un lobby para cambiar la situación. A raíz de estas protestas se creó un programa de intervención social para desegregar Pata-Rât, realojar algunas familias y cubrir aspectos como la educación, salud, trabajo y cultura”, afirma Barniol. Este proyecto se llama Pata-Cluj y su culminación fue la reubicación de 35 familias en viviendas sociales a finales de 2017", afirma la periodista.

El proyecto comenzó a funcionar cuando se aprobó una subvención del Espacio Económico Europeo (EEE) y Noruega. Se trata de una ayuda que pretende contribuir a la creación de una Europa más equitativa. La subvención era de cuatro millones de euros y estaba financiada por Islandia, Liechtenstein y Noruega. Con este presupuesto se implementaron mejoras para los habitantes de Pata-Rât y se construyeron los 35 hogares en diferentes lugares de Cluj-Napoca para reubicar a las familias seleccionadas.

Pero no todo es lo que parece. La relación entre los promotores del proyecto y los ciudadanos del vertedero fue muy complicada. “Al ser una comunidad expulsada y excluida, presentaban mucha desconfianza hacia el proyecto”, afirma Barniol. Pepe, por su parte, explica que “la comunidad no confiaba porque no entendían que lo que se iba a hacer, no creían que las casas sociales estuvieran disponibles para ellos. Era un sueño imposible, cómo iban a creerlo”. Durante todo el proyecto, el activista trabajó voluntariamente como mediador entre los impulsores del programa y los ciudadanos del gueto.

En 2017, un sueño se cumplía para 35 nucleos familiares. Por fin, después de siete años malviviendo en el vertedero, iban a tener una vivienda digna de más de dieciséis metros cuadrados, con cocina, electricidad, agua corriente y varias habitaciones. Pepe, su mujer y su hijo recibieron uno de los alojamientos sociales ofrecidos por Pata-Cluj: “Mi vida ha cambiado mucho desde que me trasladé a la ciudad. Lentamente, comencé a recuperarme del trauma de vivir durante siete años en Pata-Rât y de todo lo que vi. Además, he notado un gran avance en el comportamiento de mi hijo. Todo va mejor, se porta bien en escuela, con la familia... También la vida es mejor para mí. Sigo yendo todas las semanas al vertedero y siempre estaré para la gente de allí. Esta es una lucha por los derechos de las personas de etnia gitana, no solo en Cluj, sino en toda Europa”. 

Se supone que tener una vivienda digna y adecuada es un derecho universalCon todo, para muchas personas se convierte en una de sus mayores aspiraciones. Hoy, la vida vuelve a sonreírle a Pepe y a las personas de su alrededor. “Nosotros, al igual que las otras 34 familias reubicadas, estamos viviendo un sueño. Trabajamos, pagamos nuestras facturas, no tenemos peleas con los vecinos... Es mucho mejor de lo que nunca podríamos haber imaginado”, expresa.

El éxito de este primer programa ha derivado en la propuesta de una segunda intervención. Los activistas ya están trabajando en un “Pata-Cluj 2”, pues en el vertedero continúan viviendo más de 1.500 personas. Durante el documental, un activista manifestó: “Debido a la dinámica estructural, existe el riesgo de que cada vez más personas sean empujadas a la marginación, pobreza y el tipo de vivienda de Pata-Rât. No podremos deshacernos del vertedero si seguimos produciendo personas extremadamente pobres, precarias y marginadas en cinta transportadora”.

AMPLIACIÓN

Si quieres conocer más detalles sobre algunos de los puntos tratados en este reportaje,
aquí te dejamos diversos artículos complementarios. Para acceder a ellos, clica en la palabra que aparece en dorado.

Mobirise

EL PAÍS

En este fotorreportaje de Pata-Rât, se denuncia la escasez de viviendas sociales en Rumanía





2019

Mobirise

AMNISTÍA INTERNACIONAL

Sobre la victoria judicial de los habitantes de Coastei en 2014, cuando se declaró ilegal la decisión de las autoridades de desplazar a las familias  y obligarlas a vivir en esas condiciones. Por desgracia, años después, el tribunal falló a favor del ayuntamiento.
2014

Mobirise

ERRC

Informe sobre los desahucios de Coastei y las condiciones de vida en Pata-Rât. Elaborado por el Centro Europeo de Derechos de los Romaníes.



2012

FACEBOOK COMMENTS WILL BE SHOWN ONLY WHEN YOUR SITE IS ONLINE


© 2020 Rumanía Sin Prejuicios