El peso de los estereotipos

Luchar contra la estereotipación es uno de los mayores obstáculos a los que se enfrenta la migración rumana en España

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Museo del Monasterio de Sucevița, en la región de Bucovina (Rumanía) |Lucía Martín  

Los prejuicios son una cárcel impuesta en la que no hay cerrojos: escapar es cuestión de voluntad propia. La solución es tan sencilla como mirar a través de la ventana, detenerse a observar la realidad y reflexionar sobre la veracidad de nuestras ideas preconcebidas para poder comprender que el mundo no se reduce a una habitación oscura y llena de ruido.

Los estereotipos han dificultado, durante años, la relación con nuestros vecinos y nuestras vecinas rumanas. La integración social ha sido -y continúa siendo- uno de los principales obstáculos para quienes migran a nuestro país. Maxi, cuyo nombre artístico es el Rumañol, no puede alardear precisamente de haber tenido una buena adaptación social. Su lugar de residencia siempre ha sido Castellón. Sin embargo, esta ciudad ha sufrido una pequeña metamorfosis en las últimas décadas. En 1996, año en el que llegó el rapero rumano, Castellón de la Plana no era tan grande como la conocemos actualmente: “En las grandes urbes como Barcelona, Madrid o València quizás estaban más acostumbrados a la migración, pero en Castellón había una mentalidad más cerrada, más reacia a los inmigrantes. La gente nos miraba como si fueran superiores”. La complicada situación económica en la que se encontraba su padre, que tenía a dos niños pequeños a su cargo, no removió conciencias ni contribuyó a paliar los efectos de la discriminación, sino todo lo contrario: “La integración fue una lucha constante. Yo además era bastante pobre. Me vestía de ropa de Cáritas, comía de la Cruz Roja. En mi casa no había dinero para que me comprase ropa y en el colegio me recriminaban que era pobre, que siempre iba con la misma ropa, que era rumano”, denuncia. 

El idioma era otro de los obstáculos a los que se tenían que enfrentar los recién llegados al país. Al Rumañol siempre se le ha dado bien aprender otras lenguas; comenzó a hablar castellano con solvencia en apenas tres meses. Para su padre fue un poco más complicado, por lo que era él quien, con siete años, atendía por teléfono las entrevistas de trabajo de su progenitor. Elena Covaci asegura que no hablar el idioma fue “muy duro”. Recuerda con gran tristeza cómo trataba de defenderse con las pocas palabras que conocía, hasta que un día conjugó mal un verbo y su compañera de trabajo se burló con gran desprecio. La modista no encajó nada bien la crítica y decidió dejar de articular más de tres palabras seguidas con esta compañera. Al cabo de tres meses, cuando ya hablaba con bastante fluidez, volvió a dirigirle la palabra. “Cuando le hablé me dijo ‘no me puedo creer que seas tú, yo no habría sido capaz de aprender tan rápido’. Yo le dije que sí, que si tuviera la necesidad lo haría. Porque el hecho de estar en un país extranjero y no hablar el idioma es un problema y grande”, explica. 

Las maravillas de Rumanía

Los estereotipos presentes en España no se dirigen solo a la comunidad rumana, sino que también se extienden a la visión que hay sobre el país. Rumanía es un lugar con una cultura muy rica y variada. Aunque se trata de un país occidentalizado, una de las principales peculiaridades de esta tierra -la que más la diferencia de la cultura predominante en Europa- es que alrededor del 85 % de sus habitantes son cristianos ortodoxos. 

Varias mujeres rezan en la Catedral Ortodoxa de Timișoara 
|Carmen Alonso

Un grupo de personas asisten a una misa en la región de Maramureș |Lucía Martín

La cuestión del idioma no es más que la punta del iceberg de las actitudes racistas integradas en la sociedad española. Una figura muy interesante en este escenario es la de Cristina Pop, periodista de origen rumano. Su primer contacto con España fue mucho más temprano al de la mayoría de rumanos. Sus padres, que eran músicos profesionales, recibieron una oferta de una empresa valenciana para tocar en una serie de conciertos. Así fue como, en 1992, la familia entera se mudó a España. Cristina tan solo tenía seis años. “Nosotros vinimos antes de la oleada de migración que hubo de rumanos a España e Italia. Nadie sabía que existía Rumanía ni dónde estaba en el mapa”, asegura. 

Cuando llegó junto a su familia todavía no existía ningún tipo de prejuicio hacia este país del Este europeo, “como no tenían ninguna referencia, ni positiva ni negativa, les daba igual”. La periodista fue testigo de la aparición y consolidación del estereotipo en la sociedad española: “Lo vi emerger con mis propios ojos, aunque era como que eso no iba conmigo. Yo ya me había adaptado, podía hacerme invisible, mi acento había desaparecido... Pero me resultaba muy doloroso ver a todas a esas personas que venían a buscarse la vida y les caía encima el estereotipo”.







Una mujer reparte leche con un caballo y un remolque  |Lucía Martín

El proceso de acomodación no ha sido nada fácil para los rumanos. “La imagen que tienen los rumanos en España está mediatizada por la imagen que tienen los gitanos rumanos”, manifiesta Pajares. En Rumanía las condiciones de vida en las que se encuentran las personas de etnia gitana son miserables. La gran escalada de violencia antigitana que se desató en 1989 provocó que los romaníes fueran los primeros en huir del país. Pese a su condición de "refugiados", la marginación social les persiguió allá donde. Entre tantas penurias, muchos no encontraron otra salida más allá de mendigar o cometer pequeños robos con el mero ánimo de sobrevivir. 

De manera general, cuando se menciona a los rumanos suele interpretarse que habla de los gitanos rumanos. Esta es una de las grandes falacias arraigadas en el imaginario colectivo español. A día de hoy, Rumanía tiene 19 millones y medio de habitantes. Es cierto que se trata del país con más romaníes del mundo. Sin embargo, se calcula que tan solo unos dos millones -de los casi 20 millones que habitan Rumanía- son gitanos.

Contrastes

En cuanto a la forma de vida, en Rumanía se pueden distinguir grandes diferencias entre las zonas rurales y las ciudades más pobladas.

“Los estereotipos hacia la comunidad rumana en España nacen del desconocimiento. Y aquí tiene un papel muy importante la prensa, pero no más allá de vehicular la propia ignorancia que tiene la sociedad, de hacer de altavoz”, explica Cristina Pop. La periodista afirma que notó un boom de noticias peyorativas hacia la migración rumana a partir de 2004, cuando el peso de esta comunidad comenzó a ser especialmente significativo en España. “Se empezó a visibilizar muchísimo la prostitución, las mafias que la importaban... Era una época de bonanza económica, el malo era el inmigrante. La prensa -principalmente la de derechas- estaba muy focalizada en sacar el máximo número de noticias hablando de la ‘maldad’ del inmigrante”. 

La periodista hace hincapié en que, a pesar de que defiende la figura del “periodista individual haciendo su trabajo honestamente en una sección de sociedad”, considera que hay una agenda política detrás que, mediante la presión, consigue que se distorsione la imagen que la prensa ofrece de las personas migrantes. “Desde que ha surgido la extrema derecha en España, hay un esfuerzo antinatural de volver a criminalizar al inmigrante”, denuncia. 







En la región de Maramureș, dos señoras mayores ofrecen comida a estudiantes Erasmus que acaban de conocer |Carmen Alonso

La semilla del odio estaba sembrada y fue cuestión de tiempo que prosperase. “Te llamaban extranjero de mierda, rumano de mierda”, asegura Maxi. Elena también sufrió esta discriminación por motivo de nacionalidad. Lo más duro fueron los comentarios despectivos en el trabajo: “Me decían ‘¿has oído lo que han hecho tus rumanos?’, y esto me dolía mucho”. Por otro lado, Gabriel manifiesta que, aunque los prejuicios estén muy arraigados, no todo el mundo se comporta de un modo racista: “Mi madre los sufrió. Cuando buscaba trabajo la miraban mal por el simple hecho de ser rumana. Pero al mismo tiempo, hubo gente que simplemente por ser rumana la ayudó, porque se dieron cuenta de que el proceso de integración social es complicado”.

Los prejuicios se extendieron rápidamente y comenzaron a campar a sus anchas. La periodista Cristina Pop vivió en sus carnes la controversia de ser rumana y no sentirse identificada con las ideas que se vinculaban a esta nacionalidad. Tal fue su lucha interna, que en 2018 escribió en El País una columna titulada “Soy rumana pero procuro no decirlo muy alto”. Esta sensación, que a priori puede parecer un poco desconcertante, se convirtió en un fenómeno generalizado. El antropólogo social confirma que la consolidación del estereotipo provocó que los propios rumanos no quisieran darse a conocer como tal, “evitaban hablar rumano en el metro, en los autobuses... Su fisionomía es muy parecida y, por tanto, apenas se les identificaba”. 


"Me resultaba muy doloroso ver a todas a esas personas que venían a buscarse la vida y les caía encima el estereotipo"

“Yo considero que los rumanos somos un pueblo que tiene poca autoestima a nivel de país. El rumano hace lo que sea por desaparecer; el propio rumano critica su país antes de mostrar las maravillas que tiene. Aprendes el idioma lo más rápido y lo más perfecto posible, no vaya a ser que se note que no eres de aquí. Es como una adaptación extrema al país al que llegas, renunciando totalmente a tus orígenes”, argumenta la periodista. En ese sentido, achaca parte del desconocimiento existente a la incapacidad del pueblo rumano de transmitir su cultura y su historia en el país de acogida. 

Durante su carrera periodística, Pop ha desarrollado el tema de la migración rumana en diferentes reportajes. De todas y todos los expertos con los que contactó, recuerda con especial cariño las palabras de un sociólogo: “Me dijo que es una pena, porque somos una comunidad muy poco conflictiva teniendo en cuenta el porcentaje de migrantes que hay. Siendo una comunidad tan grande, tan integrada y que participaba tanto en la economía, me dijo que era una lástima que fuera más visible la parte negativa, que proporcionalmente era mucho más pequeña que todos los demás que estábamos silenciosamente haciendo nuestra vida lo mejor que podíamos”. 

La migración rumana no trataba de destacar entre la multitud, más bien todo lo contrario. Esto provocaba que los rumanos no sufrieran racismo de las personas con las que tenían un contacto diario, tal y como explica el antropólogo social. “Una vez que los distinguían como no gitanos y veían que eran muy parecidos a nosotros, no sufrían ese racismo de la gente que los conocía”. Algo con lo que coincide plenamente Elena: “Lo peor fue afrontar la mentalidad que había sobre los rumanos. Hasta que nos conocieron de verdad, la gente de España nos metía en la misma olla con los prejuicios de que todos somos ladrones, gitanos... Y no es así”. 

Han pasado más de 20 años desde el gran estallido migratorio rumano. En todo este tiempo, el flujo migratorio ha crecido a la velocidad de la luz y también -sobre todo en el último lustro- ha menguado notablemente. El año pasado eran 671.985 las personas de origen rumano afincadas en nuestro país. Una cifra lejana a los casi 900.000 rumanos que se registraron en 2012. La economía en su país de origen está mejor que aquel día en el que tuvieron que marchar. Y aunque hay quien ya ha vuelto, la idea de retorno todavía prevalece en las mentes de algunos y algunas migrantes. Sin embargo, otras han hecho de España un lugar al que llamar hogar. 

Testimonios

Elena Covaci

Tras vivir 11 años en Madrid, actualmente se encuentra en Alba Iulia (Rumanía). A ella le gustaría volver, pero su marido no guarda buenos recuerdos. 

Maxi Daniel Nica

En 1992 llegó desde Oradea (Rumanía) a Castellón de la Plana. A día de hoy, permanece en la misma ciudad. Su padre migró de España años atrás.

Cristina Pop

Aunque actualmente está afincada en València, ha vivido en Bruselas, París, Londres, Barcelona y Madrid. Su familia continúa viviendo en España.

Gabriel Munteanu

Sus padres llevan 20 años viviendo en Madrid. Su madre tiene perspectivas de volver en un futuro lejano. Su padre no contempla esa idea. 

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